Vivencias

Después de un día largo y agotador por fin abrí el portal de mi casa. Cansadamente subí las escaleras hasta el último piso, entré en casa, me desnudé y me derrumbé en la cama.
Kurt Cobain se desgañitaba en "Tourette's". Los ojos me pesaban, los músculos empezaban a relajarse, mi respiración era cada vez más calmada... Y sonó el teléfono.

- ¿Sí?
- ¿Te apetece bajar un rato? Nos podemos tomar algo en el bar del otro día.
- Pufff. Acabo de llegar a casa y estoy muerta...
- Te llevo en coche.
- Bueno, siendo asi...

Así que me volví a vestir, me arrastré hasta el portal y entré en su coche.

- ¡Que rápida has sido!
- Ya ves, estoy intentando mejorar mis marcas.

Arrancó el coche. La música me gustaba, así que me dediqué a berrear la canción durante todo el trayecto. De vez en cuando el me miraba de reojo y sonreía.

El bar a donde íbamos lo habíamos descubierto no hacía mucho, en uno de nuestros paseos sin rumbo. Empezábamos a caminar, con calma, la conversación iba surgiendo, a veces simplemente íbamos en silencio, nosotros y el placer de caminar con una persona con la que te encuentras bien.

Entramos. Muchas de las mesas estaban ocupadas, pero la que nos gustaba no. Todas estaban separadas por biombos de las demás, la tapicería de cada uno de los rincones era de dierente color, y con la decoración creaban direrentes ambientes.

Había uno, el de sofás beige, que estaba inspirado en barcos. En la pared tenía un ojo de buey y pequeños timones y el biombo tenía un dibujo de un mar profundo.


Otro parecía un reservado de un saloon del Oeste. Tapicería roja, dos gruesas cortinas en la pared, un quinqué sobre la mesa...

El nuestro era el oriental. Tenía una mesa baja en el centro y multitud de cojines de todos los tamaños en el suelo sobre una alfombra con dibujos de aves exóticas. La pared estaba decorada con un gran abanico de plumas de pavo real y con dos pequeñas hormacinas en las que ardían velas aromáticas.

Nos acomodamos en los cojines y pedimos las consumiciones.

Hablamos de todo y de nada durante más de dos horas. Reímos, recordamos, imaginamos... Me contó cosas que no sabía de él, y que tampoco imaginaba, y yo hice lo mismo.

Sorprendidos por la diferencia que había entre lo que parecíamos y lo que relamente éramos nos echamos a reir. Y de pronto nos besamos. No sé muy bien si yo lo besé a él o fue él el que me besó a mí. Sólo pasó. Y nos gustó.

Ya casi era la hora del cierre y nosotros seguíamos tirados en los cojines conociéndonos más, nuestras facetas ocultas, las cosas que nadie imaginaba de nosotros.

Había llegado la hora de irse. Montamos de nuevo en el coche y volvimos hacia mi casa. Esta vez éramos los dos los que berreábamos las canciones.

Y cuando llegamos a mi portal nos besamos de nuevo sabiendo que mañana habría tiempo para continuar lo que hoy había empezado.