Levanto la tapa del ataud como cada anochecer. Los últimos rayos de sol se han apagado hace unos instantes, deslizándose suavemente por las colinas nevadas que se ven a lo lejos.
Me incorporo lentamente, disfrutando del momento. El tráfico nocturno rompe el silencio de la noche. Noche de viernes. Una sirena suena a lo lejos.
Oigo un ruido a mi lado. Es él, que se ha despertado. Mi compañero, mi luz en la oscuridad, mi vida en la muerte. Se levanta de su ataud y se acerca a mí, lentamente, con la elegancia que siempre le ha caracterizado. La ventana abierta hace que su túnica negra ondee pegada a su cuerpo, acariciando sus músculos muertos y llenos de vida.
- Buenas noches querida, ¿tienes hambre?
- Mucha, - le digo mientras sonrío.
Han sido doscientos treinta años con él, y todas y cada una de las noches han empezado de la misma forma.
Las noches de viernes son de las que más me gustan. Los jóvenes se lanzan a la calle, inundan los locales con sus risas y sus bailes. Es el día en el que todos se olvidan de sus problemas, de sus trabajos y estudios. El día que se despreocupan. El día en que menos esperan encontrarse con la muerte.
Él va vestido con un elegante traje negro, camisa negra, corbata negra. Lleva su largo pelo liso sujeto en la nuca. Unas gafas oscuras y de cristales redondos ocultan sus ojos fríos. Yo he preferido un vestido de gasa negra hasta los pies, botas de media caña y un abrigo de piel. Todo negro. Personas oscuras, vidas oscuras, ropa oscura.
La vida nocturna de la ciudad está despertando todavía. Por las calles se mezclan los que vuelven con los que van, caras cansadas se cruzan con caras expectantes. Sin prisa paseamos, mezclándonos con la gente, oliendo, escuchando, mirando... viviendo.
El reloj de la vieja catedral marca las doce. Nosotros seguimos con nuestro paseo en silencio. No hacen falta palabras, yo leo en su mente y él en la mía.
Nos envuelve la música que escapa de las puertas abiertas de los locales, mezclándose en un sinsentido que nos envuelve.
Él se detiene. Yo también lo he oído. Llanto. Alguien llora desconsoladamente no muy lejos de allí. Esquivando a la gente nos dirigimos al callejón donde está la persona que llora. Allí, acurrucada en el suelo, los brazos rodeando las rodillas y la cara hundida entre ellos, está una chica, no mayor de veinte años. De su corazón sale una pena infinita, de sus ojos manan las lágrimas. Su pelo castaño está revuelto y sucio. Realmente es una imagen que inspira ternura.
Mi compañero se acerca y posa una mano sobre su cabeza. Sobresaltada, levanta la cabeza y nos ve. No se aprecia miedo en ella, sólo curiosidad. Le tiendo mi mano. Duda... pero la acepta. Su mano es suave, cálida, casi infantil. Y la abrazo, lentamente, intentando calmar su dolor. Ella no ofrece resistencia, tal vez un abrazo es lo que lleva esperando toda la noche.
Miro a mi compañero. No me hace falta preguntarle, sé lo que piensa, exactamente lo mismo que yo. Y el paseo que empezaron dos, son tres los que lo terminan.
Me incorporo lentamente, disfrutando del momento. El tráfico nocturno rompe el silencio de la noche. Noche de viernes. Una sirena suena a lo lejos.
Oigo un ruido a mi lado. Es él, que se ha despertado. Mi compañero, mi luz en la oscuridad, mi vida en la muerte. Se levanta de su ataud y se acerca a mí, lentamente, con la elegancia que siempre le ha caracterizado. La ventana abierta hace que su túnica negra ondee pegada a su cuerpo, acariciando sus músculos muertos y llenos de vida.
- Buenas noches querida, ¿tienes hambre?
- Mucha, - le digo mientras sonrío.
Han sido doscientos treinta años con él, y todas y cada una de las noches han empezado de la misma forma.
Las noches de viernes son de las que más me gustan. Los jóvenes se lanzan a la calle, inundan los locales con sus risas y sus bailes. Es el día en el que todos se olvidan de sus problemas, de sus trabajos y estudios. El día que se despreocupan. El día en que menos esperan encontrarse con la muerte.
Él va vestido con un elegante traje negro, camisa negra, corbata negra. Lleva su largo pelo liso sujeto en la nuca. Unas gafas oscuras y de cristales redondos ocultan sus ojos fríos. Yo he preferido un vestido de gasa negra hasta los pies, botas de media caña y un abrigo de piel. Todo negro. Personas oscuras, vidas oscuras, ropa oscura.
La vida nocturna de la ciudad está despertando todavía. Por las calles se mezclan los que vuelven con los que van, caras cansadas se cruzan con caras expectantes. Sin prisa paseamos, mezclándonos con la gente, oliendo, escuchando, mirando... viviendo.
El reloj de la vieja catedral marca las doce. Nosotros seguimos con nuestro paseo en silencio. No hacen falta palabras, yo leo en su mente y él en la mía.
Nos envuelve la música que escapa de las puertas abiertas de los locales, mezclándose en un sinsentido que nos envuelve.
Él se detiene. Yo también lo he oído. Llanto. Alguien llora desconsoladamente no muy lejos de allí. Esquivando a la gente nos dirigimos al callejón donde está la persona que llora. Allí, acurrucada en el suelo, los brazos rodeando las rodillas y la cara hundida entre ellos, está una chica, no mayor de veinte años. De su corazón sale una pena infinita, de sus ojos manan las lágrimas. Su pelo castaño está revuelto y sucio. Realmente es una imagen que inspira ternura.
Mi compañero se acerca y posa una mano sobre su cabeza. Sobresaltada, levanta la cabeza y nos ve. No se aprecia miedo en ella, sólo curiosidad. Le tiendo mi mano. Duda... pero la acepta. Su mano es suave, cálida, casi infantil. Y la abrazo, lentamente, intentando calmar su dolor. Ella no ofrece resistencia, tal vez un abrazo es lo que lleva esperando toda la noche.
Miro a mi compañero. No me hace falta preguntarle, sé lo que piensa, exactamente lo mismo que yo. Y el paseo que empezaron dos, son tres los que lo terminan.
3 comentarios:
Bueno, mi cabeza ya está en marcha para la tercera parte.
Me gusta la idea que has tenido :D
Besos.
De esto se deduce que nunca hay que dejar que te vean vulnerable en la calle, que todo el mundo se aprovecha, los de las rebajas los primeros.
Ahora en serio, me ha gustado mucho. Me voy a leer la segunda parte de la historia en el blog de fuz neviros. Espero que la tercera parte esté pronto.
Lindalawen: Pero mis protas no se han aprovechado... de momento ;)
blueblellknoll: La falta está solucionada ya, se me ha escapado :p
La verdad es que no había pensado continuar la historia, pero Fuzz le ha dado nuevos aires y ahora me apetece.
Vamos a ver qué se me ocurre para la tercera parte.
Besos (x3).
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