Se reclinó en su sofá de cuero y suspiró.
Era bastante tarde, las dos de la madrugada más o menos. No lo sabía con certeza porque se había dejado su Rolex en la mesilla de noche, una de sus últimas adquisiciones. De caoba, a juego con el resto del dormitorio.
Le dolían los ojos ya de estar frente al ordenador, pero se resistía a irse a la cama. Claudia hacía tiempo que se había acostado. No había intentado convencerle para que la acompañara, los dos sabían que lo suyo era un negocio más, él la quería por su belleza espectacular. Despertaba la envidia de sus colegas. El día que la vio del brazo de César la quiso para él, y la consiguió. No le importó lo más mínimo que su hermano estuviese enamorado. Tal vez pasó por su mente un rastro de culpabilidad el día que se quitó la vida, pero nada más.
¡Mierda! Había subido el precio. ¡Maldito cabrón!
Se enderezó y continuó con la puja. Mil euros más. Esta vez no se atrevería a subir la oferta.
Esperó.
Debería de estar en cama ya. El día siguiente iba a ser muy duro. Reunión con los accionistas, visita a la nueva fábrica, comida con el presidente, presentación del nuevo proyecto. Una locura.
¡Sí! ¡Ya era suyo!
Cerró la tapa del portátil y sonrió.
Se fue a la cama contento por haber conseguido su nuevo pasador de corbata. Tal vez lo estrenase mañana... o tal vez lo dejase en el cajón con los otros.
22.1.05
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2 comentarios:
El mundo nos educa para que seamos avariciosos. Recuerda el cuento de las hormigas y los... grillos?.
Por lo tanto, la avaricia no debería ser pecado.
Ya, querido Jake. Pero los pecados están ahí, no los he inventado yo, que sólo los uso como inspiración.
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