Quinta parte de la historia que Fuz Neviros y yo estamos haciendo.
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Son gente muy rara. Me acogen en su casa porque sí, sin pedir nada a cambio. De ellos mana un cariño extraño. Son como niños que nunca han conocido el amor, en esencia buenos, deseando querer pero sin saber cómo hacerlo.
Sé que me quedé dormida en su sofá envuelta en una manta. Había sido una noche dura para mí. Ellos me encontraron llorando en un callejón y me abrieron los brazos y la puerta de su casa. Me velaron casi toda la noche, estuvieron conmigo y eso me hizo sentir mejor.
Cuando desperté era ya de día. No había rastro de ellos en la casa. Los llamé mientras recorría las habitaciones, pero nadie me respondía. Seguramente estarían trabajando.
Parecía que se acabasen de mudar. La casa estaba muy vacía, con muy pocos muebles. Las típicas cosas que dan personalidad a una casa, como las fotos, los libros o simplemente el olor característico, brillaban por su ausencia.
Me senté en un pequeño taburete mientras pensaba en mi vida. No quería volver a casa, pero había cosas que tenía que solucionar. Quería recuperar mis cosas... y había alguien con quien tenía que hablar.
Era casi hora de comer cuando salí a la calle. Vi que estaba en una zona bastante apartada de la ciudad, tendría que caminar un buen trecho. El frío de enero me golpeó en la cara. Me encogí dentro de la chaqueta y comencé a caminar.
No me gusta mucho el frío, pero a pesar de eso encontré que el día era muy hermoso. El sol luchaba por salir de detrás de unas nubes de tormenta. Apenas había viento, tan sólo una pequeña brisa que agitaba mi melena.
A medida que me acercaba a mi destino mi paso se hacía más lento. Ahora llegaría, abriría la puerta, y ¿qué sería lo que me encontraría?
Nerviosa, me detuve en el portal. Me senté en el escalón y encendí un cigarrillo. Algún día tendría que hacerlo. Cuanto antes mejor. Cuanto más me demorara más tardaría en empezar mi nueva vida. Cuanto más retrasara el momento peor para mí.
Sin darme cuenta había dejado pasar las horas y eran casi las siete de la tarde.
Así que me puse en pie, apagué la colilla y entré en la casa donde había vivido estos últimos meses.
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Son gente muy rara. Me acogen en su casa porque sí, sin pedir nada a cambio. De ellos mana un cariño extraño. Son como niños que nunca han conocido el amor, en esencia buenos, deseando querer pero sin saber cómo hacerlo.
Sé que me quedé dormida en su sofá envuelta en una manta. Había sido una noche dura para mí. Ellos me encontraron llorando en un callejón y me abrieron los brazos y la puerta de su casa. Me velaron casi toda la noche, estuvieron conmigo y eso me hizo sentir mejor.
Cuando desperté era ya de día. No había rastro de ellos en la casa. Los llamé mientras recorría las habitaciones, pero nadie me respondía. Seguramente estarían trabajando.
Parecía que se acabasen de mudar. La casa estaba muy vacía, con muy pocos muebles. Las típicas cosas que dan personalidad a una casa, como las fotos, los libros o simplemente el olor característico, brillaban por su ausencia.
Me senté en un pequeño taburete mientras pensaba en mi vida. No quería volver a casa, pero había cosas que tenía que solucionar. Quería recuperar mis cosas... y había alguien con quien tenía que hablar.
Era casi hora de comer cuando salí a la calle. Vi que estaba en una zona bastante apartada de la ciudad, tendría que caminar un buen trecho. El frío de enero me golpeó en la cara. Me encogí dentro de la chaqueta y comencé a caminar.
No me gusta mucho el frío, pero a pesar de eso encontré que el día era muy hermoso. El sol luchaba por salir de detrás de unas nubes de tormenta. Apenas había viento, tan sólo una pequeña brisa que agitaba mi melena.
A medida que me acercaba a mi destino mi paso se hacía más lento. Ahora llegaría, abriría la puerta, y ¿qué sería lo que me encontraría?
Nerviosa, me detuve en el portal. Me senté en el escalón y encendí un cigarrillo. Algún día tendría que hacerlo. Cuanto antes mejor. Cuanto más me demorara más tardaría en empezar mi nueva vida. Cuanto más retrasara el momento peor para mí.
Sin darme cuenta había dejado pasar las horas y eran casi las siete de la tarde.
Así que me puse en pie, apagué la colilla y entré en la casa donde había vivido estos últimos meses.
3 comentarios:
Pueden pasar tantas cosas...
Todos esos interrogantes los contestarás tú en el próximo capítulo.
Estoy intrigadísima por saber qué es lo que va a salir de esa cabeza tuya.
Besos.
Esto va genial. No puedo esperar a cuando se crucen por primera vez los protagonistas, a ver cómo os lo montáis.
Bueno, esa parte ya la ha escrito Fuz.
Intentaré que la continuación te enganche un poquito más :)
Besos.
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