El artista mojó un pincel grueso en un cubo de pintura negra, sosteniéndolo, admirando el goteo de la sustancia y luego localizando la estructura montada encima del caballete, el lienzo desnudo y el vacío sin pintar. Preparó el ataque, lanzó un aullido cavernícola: "yaaaaaargh? argh!!" y estampó el pincel contra el cuadro, consiguiendo una bonita composición de restregones oscuros y churretazos dignos del mejor Kandinsky.
Se retocó el bigotillo, retorciéndolo como si estuviera liando un cigarro, y contempló su obra. Llevaba la bata manchada con los colores del arcoiris así que, si no lo decía, cualquiera podía pensar que se trataba de un nuevo modelo de Ágatha Ruiz de la Prada. Cogió lápiz y papel y se preparó para el momento más difícil: elegir un nombre. Por eso tenía ya varios preparados por si se daba el caso. Uno encajó a la perfección: "Éxtasis pasajero de un vendedor de salchichas en la quinta avenida, acosado por una jauría en celo de mandriles de culo pelado".
Cogió la pintura y la colocó junto a las demás, consiguiendo ya las 35, sintiéndose listo para iniciar su primera exposición, el Arte de la Pincelada Supina. Entre sus mejores creaciones: "Atracón de fabada una calurosa noche de verano, con el silbo de los grillos y la atenta mirada de un burro viejo", donde predominaban, cómo no, los marrones. "Jubilado observando a unos albañiles alicatando", fiel reflejo de la España profunda y en el cual tenían especial protagonismo los tonos arcillosos. "Señora comprando un kilo de patatas en el colmado de aquí abajo", donde unos puntitos amarillos representaban las patatas, una línea naranja la señora, un cuadrado negro el colmado y una mancha blanca el abajo. "Joven sacándose un moco en un semáforo", de colores verdes, también fiel reflejo de la España profunda.
Su gato, Picasso, se restregaba contra sus zapatos y emitía un ronroneo placentero que le llevó a pensar si no estaba efectuando otro tipo de maniobra. Le dio un puntapié; acto seguido llamó a su agente y esperó el tono de llamada con nerviosismo. Se paseaba de un lado a otro de la buhardilla, donde plasmaba su arte. El alquiler le costaba un riñón, la vesícula, el esternón, un ojo, un huevo y media yema del otro, porque tenía vistas a la plaza del Ayuntamiento, pero de todas formas lo pagaban sus padres. Él todavía estaba esperando su gran momento, aunque sólo fueran los cinco minutos de gloria que predijo Andy Warhol, para convertirse en un artista cotizado y vivir la vida bohemia que tenía planeada desde los ocho años.
No es que llevase una vida poco bohemia, pues no bebía cocacola, comía y cenaba en restaurantes con menús étnicos, espantosamente caros pero también pagado por sus padres, vestía ropas de cáñamo, tomaba kéfir[1] todas las mañanas en el desayuno y los fines de semana acudía a un local donde uno podía tomarse una copa de buen licor de frambuesas maduras mientras escuchaba poesía en directo.
Su vida de bohemio era hasta emética.
-¿Mrrgfhtrs? ?reverberó una voz en el otro lado del teléfono.
La boca del artista, algo oculta por la maraña de pelos azulados esparcidos por el bigote y la barbilla, empezó a moverse al compás de las palabras.
-¿Víctor? ¿Estás ahí? Soy yo, Hermes Solanilla.
-Mrrgfhtrs? -masculló de nuevo.
-¿Víctor? ¿Te encuentras bien?
Se escuchó una tosecilla seca y un carraspeo espasmódico, con lo cual el esputo fue inevitable.
-Hermes? eres tú? ¿qué quieres?
-Lo tengo.
-¿El qué?
-La exposición. El Arte de la Pincelada Supina.
-Bien. Me alegro. Pero, ¿sabes por casualidad la hora que es?
Miró a través de la ventana, empañada por el frío. Era de noche y sólo se escuchaba el canto de los grillos. La manecilla larga de su reloj de esparto estaba situada en el seis y la pequeña en el 3.
-Mira, será mejor que me llames mañana a eso de las 9, ¿de acuerdo? ?dijo, adelantándose a las palabras de disculpa.
Y colgó, sin darle tiempo a más. Picasso volvía a restregarse contra sus zapatos y ronroneaba con el mismo placer en la dicción. En lugar de un puntapié cogió al minino por el lomo y se lo acercó al hombro.
-Ay, Picasso, que vamos a triunfar?
Pasó toda la noche paseando, sin detenerse en un sitio en concreto, sin poder conciliar el sueño. Alrededor de las cinco cayó frito sobre la alfombra, pero las pesadillas que tuvo le hicieron despertar justo antes del tintineo telefónico, a las nueve de la mañana. Lo cogió, hablando como si tuviese erizos raspándole las cuerdas vocales.
-¿Jhdrdsh---sí?
-¿Oiga?
-¿Sí?
-¿Estaría interesado en adquirir una enciclopedia sobre la crianza de conejas en celo?
-¿Perdón?
-Digo que si estaría interesado en?
Colgó. No estaba su organismo para llamadas intempestivas. Se dirigió a la cocina, donde su kéfir Marcelino fermentaba un vaso de leche tras las prudentes 24 horas. Marcelino era el tercer hongo del año, ya que los otros dos, Pamela Anderson y Madame Bovary habían fallecido tras reventar al acercarlos mucho a una estufa. En ésas estaba, tomando su desayuno, cuando el teléfono sonó por segunda vez aquella mañana. Y no se trataba de un vendedor de enciclopedias.
Era el agente artístico, que avisaba para montar al fin la exposición. Llevaba preparándola unos tres meses, y ahora que el día esperado llegaba se sentía tan excitado que podrían estar secuestrando a Marcelino, porque él no se enteraría. Hablaron durante más de dos minutos en una conversación donde aclararon el lugar y la forma de transporte.
-Aéreo, por supuesto ?dijo el artista.
-Hermes, coño, no me jodas? carretera y manta.
-Bueno, pero que sea espacioso. Oye, ¿dónde se hará?
-En el tenderete del tío Anselmo. Hablé con él y he alquilado un espacio monísimo para hacer la exposición.
-¿Y cuándo?
-La fecha la pones tú. Y así fue como el artista, en su buhardilla con vistas a la Plaza del Ayuntamiento, consiguió su primera exposición, la primera gran exposición de su vida. No sería hasta mañana, pero para no aburrirnos haremos trampa y adelantaremos nuestros relojes. Así? un poco más? ya estamos. Ya es mañana. El recinto resplandecía y en su interior dos hombres trabajaban a destajo.
-Esta obra la podemos colocar aquí, que hay penumbra y refuerza el concepto que rezuma de angustia postoperacional - decía Víctor Fraude, el venerado descubridor de entre otros, de valores tan importantes como Luisa Ortigas, que elaboraba sus esculturas sólo con puré de patatas; Jaime Esputo, verdadero iniciador del movimiento "Legumbre", que pugnaba por utilizar garbanzos y lentejas en las composiciones; o M. Antón de Manila, que pintaba con su propio vómito. O Hermes Solanilla, quien con sus pinceladas supinas pretendía conquistar el nuevo mercado, tan lleno de jóvenes emprendedores y con carrera de Bellas Artes.
Víctor decía siempre, desde que una mañana de septiembre viese unos retratos que Hermes exponía en una calle para regocijo y derroche limosnero de los transeúntes, que aquello era un verdadero artista y no los imitadores que salían sólo con levantar una piedra y buscar bien. Carne de facultad, prisioneros de la técnica y el estudio que sólo valían para acabar limpiando cristales o repartiendo propaganda. Lo que a Hermes le corría por las venas, además de sangre, eran pinceles, pinturas, aguarrás y acuarelas.
"Serás grande" -vaticinaba Víctor en su momento-, "alcanzarás la fama y te compararán con los grandes, con Van Gogh, con Monet, con Rembrandt, con M. Antón de Manila".
Ahora se encontraban en la sala grande, blanquecina, de ésas que huelen a yeso y antisepsia hospitalaria, tratando de averiguar el mejor lugar para exponer las obras. Picasso les seguía de cerca, atento con sus ojillos de alabastro, maullando de vez en cuando. Hermes formaba un triángulo con los dedos y enfocaba sus cuadros, todavía vestido con la bata multicolor, una paleta de pinturas y un pincel en la oreja por si se decidiese a dar algún retoque de última hora.
-Un poco más a la izquerda -decía-, a la izqierda, para adentro, ¡a la derecha!, un poco para afuera? así está bien.
Con "Boceto sobre los cantares de la rana del Brasil" la exposición quedó montada. Todas, las 35 obras juntas, formaban un maremágnum de sensaciones que no pasaba desapercibido, sobre todo por un par de cuadros que usaban unos colores fucsias harto llamativos, con alto peligro de epilepsia.
-Bueno, pues esto ya está, dijo Víctor, sacudiéndose una pizca de suciedad.
-Magnífico.
-Lo es, Hermes, lo es. ¿Cuándo abrimos?
-Dentro de veinte minutos.
-Será mejor que nos preparemos.
El traje ejecutivo sostituyó a la bata harapienta. Una prudente pasada de aceite en el bigotillo le dio aspecto más daliniano si cabe, y unas tijeras podaron la índiga barba. Víctor vigilaba, tras unas cortinas, el paso de visitantes. Ya se vislumbraba un grupito de ancianos del Imserso, con sus olores a naftalina, así como la primera hornada de jóvenes que imitaban el estilizado bigote y la siempre piratesca barba.
-Ya vienen - dijo, apartándose de la cortina, casi tan nervioso como el artista.
El artista, el virtuoso tras el pincel. El soñador temblaba de pies a cabeza y no cesaba en su empeño por descubrir algún fallo susceptible de ser eliminado. Vagabundeaba con brocha y acuarelas, deteniéndose cada vez que pasaba por uno de los óleos. Pero la marabunta de jubilados e interesados ya estaba en el recinto inmaculado.
Una arrugada pareja, ambos octogenarios, admiraban "Arrullar de las palomas refrescándose en una fuente bajo el abrasador sol estival", representado por dos trazos grisáceos y un manchurrón anaranjado.
-Mira, Braulio, qué cosa tan rara - decía la mujer.
-Se parece al desayuno que nos dan en el asilo. Pero es bonito.
Siguieron contemplando el resto. Un colectivo de intelectuales parecía disfrutar más de la colección. Todo marchaba viento en popa, pero algo le hizo sospechar; el culpable de la ansiedad era Picasso, que debía estar restregándose contra sus zapatos y ronroneando a orgásmicos intervalos. En lugar de ello le vio agachado, en un rinconcillo bastante discreto, pugnando por desalojar aquello que el Whiskas había removido en su estómago. ¡Puñetero gato!
Entonces el cénit de su carrera llegó cuando apareció apartando las cortinas.
Era un crítico artístico, armado con una majestuosa pipa, cejas enjutas y verruga peluda en la mejilla, quien se arrimó a la obra con mucho interés. Se quedó plantado ante "Éxtasis pasajero de un vendedor de salchichas en la quinta avenida, acosado por una jauría en celo de mandriles de culo pelado", asintiendo, con una de las pobladas cejas arqueada y un amago de sonrisilla sabia. Luego, henchido por la euforia, una vorágine de aserciones paralíticas y murmullos ditirámbicos, se dirigió hacia donde estaba Solanilla, quien en ese momento ideaba un método para aniquilar el poco balsámico regalo.
-¡Es sorprendente! ¡Lo mejor que he visto nunca! ¡Lo que se dice una obra de arte! - decía, rodeándole por los hombros-. Amigo, me recuerda usted a los mejores artistas del Nueva York más underground, no sé si me comprende. ¿Y esta pieza tan interesante junto a usted, cómo se titula?
Señalaba el excremento del gato, el cual había estado a punto de pisar. Hermes se lo quedó mirando, a un paso del total desencajamiento de huesos mandibulares, mas entonces afloró su verdadero espíritu como artista bohemio. Contestó:
-¿A ésa? A ésa la llamo "Boñiga contemporánea".
Y siguieron paseando por el pasillo del museo, el crítico dándole palmaditas en la espalda y comentándole las nuevas tendencias, dejando atrás a una boñiga de gato contemporánea que, unos días más tarde y encerrada en un cubo de metacrilato para evitar olores, alcanzaría el desorbitado precio de 150.000 dólares, vendido a un terco coleccionista de las afueras.
Con eso le daría para pagar el alquiler. Al cabo de unas semanas se pasaría todo el día en granjas recolectando excrementos de vaca, pagándolo casi a precio de trufa, para elaborar nuevas esculturas, aunque eso es otra historia. Pero como veis todo queda en escatológicos asuntos y las tendencias contemporáneas que destila el arte transgresor de la Nueva York más underground.
El arte moderno, ya se sabe, pinceles, pintura, aguarrás y acuarelas corriendo por las venas.
[1]El kéfir es la leche fermentada más antigua que existe. Su origen se sitúa en las montañas del Cáucaso.
17.5.05
Arte artísticamente moderno
Publicado por Tuxina en 5:58 p. m.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
4 comentarios:
Tanto trabajo pintando cuadros para después pagar el alquiler con una mierda de gato??
No hay derecho...
Escribes mu bien, si te quejas es de vicio :p
Besiños hermanita.
¿Te quejas por vicio o te vicias quejándote?.
MeiGhiNha: Hombre... trabajo, lo que se dice trabajo... Seguro que el gato hizo su "obra" con más entusiasmo :p
¿Y quién dice que me quejo?
Jake: ¡Pero si yo no me quejo!
Soy como el santo Job, pero con tetas :D
Besos (x2)
Pues ha habido algo de todo. Por una parte me apetecía escribir algo diferente a lo habitual, y por otra el tema del "arte" moderno me parecía un buen candidato para un texto de este estilo. Este arte tan extraño no lo entiendo, especialmente la escultura, pero bueno.
Gracias por la corrección sobre Warhol.
Un beso.
Publicar un comentario