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15.12.04

El mito de Isis y Osiris

Nut, diosa del cielo, era la mujer de Ra. Sin embargo, era amada por Geb a cuyo amor correspondía. Cuando Ra descubrió la infidelidad de su esposa, se puso iracundo y la maldijo, diciendo que su hijo no nacería en ningún mes ni en ningún año. La maldición del poderoso Ra no podía ser ignorada, debido a que Ra era el jefe de todos los dioses. Angustiada, Nut apeló al dios Thoth, quien también la amaba. Thoth sabí­a que la maldición de Ra debí­a cumplirse, pero encontró una ví­a de salida al problema mediante una estratagema muy hábil. Acudió a Silene, la diosa de la Luna, cuya luz rivalizaba con la del Sol mismo, y le retó a un juego de mesa. Las apuestas por ambos lados eran altas, pero Silene apostó un poco de su luz, la decimo séptima parte de cada una de sus iluminaciones, y perdió. De aquí­ procede que su luz mengua y disminuye en ciertos perí­odos, de tal forma que ya no es rival del Sol. De la luz que le había arrebatado a la diosa de la Luna, Toth creó cinco días que añadió al año (que en esos tiempos constaba de trescientos sesenta dí­as), de tal manera que no pertenecí­an ni al año anterior, ni al año siguiente, ni a ningún mes. Nut tuvo a sus cinco hijos durante esos dí­as. Osiris nació el primer dí­a, Horus el segundo dí­a, Set el tercer dí­a, Isis el cuarto y Neftis el quinto. En el momento del nacimiento de Osiris, se oyó en todo el mundo una voz alta que decí­a: «Ha nacido el señor de toda la Tierra!».

Con el transcurso del tiempo se cumplieron las profecías respecto a Osiris, y se convirtió en un rey grande y sabio. La tierra de Egipto floreció bajo su dominio como jamás lo habí­a hecho antes. Como muchos otros «dioses-héroes». se propuso la tarea de civilizar a su gente, quienes a su llegada se encontraban en un estado muy bárbaro, practicando el canibalismo y otras costumbres salvajes. Les impuso unos códigos, les enseñó las artes de la labranza y les enseñó los ritos correctos para venerar a los dioses. Y cuando logró establecer la ley y el orden en Egipto se marchó a tierras lejanas para continuar con su obra civilizadora. Era tan gentil y bueno, y tan agradables eran sus métodos de inculcar el conocimiento en las mentes de los bárbaros, que éstos veneraban la mismísima tierra que pisaba.

Sin embargo, tenía un cruel enemigo, su hermano Set. Durante la ausencia de Osiris su esposa Isis gobernó el paí­s tan bien que las malvadas maquinaciones de Set para tomar parte en su gobierno no pudieron madurar. Pero cuando el rey regresó, Set maquinó un plan, para librarse de su hermano. A fin de cumplir su plan se alió con Aso, la reina de Etiopía, y otros setenta y dos conspiradores. Luego, después de medir secretamente el cuerpo del rey, mandó hacer un maravilloso cofre, ricamente adornado, donde pudiera caber el cuerpo de Osiris. Hecho esto, invitó a los conspiradores y a su hermano el rey a un gran banquete. La reina a menudo había advertido a Osiris de que tuviera cuidado con Set, pero, exento de maldad, el rey no la percibía en los demás y, así­, acudió al banquete.

Cuando el banquete hubo terminado, Set hizo traer el precioso cofre al salón y dijo, fingiendo bromear, que deberí­a pertenecerle a quien cupiera en él. Uno tras otro los huéspedes se tumbaron en el cofre, pero ninguno cupo; hasta que le llegó el turno a Osiris. Inconsciente de la traición, el rey se tumbó en el gran cofre. En cuestión de segundos los conspiradores habí­an claveteado la tapa derramando plomo candente sobre ella para cerrar cualquier apertura. Luego abandonaron el cofre a su suerte en el Nilo, en la desembocadura del Tanaitic. Algunos dicen que estos acontecimientos tuvieron lugar en el vigésimo octavo año de su vida; otros dicen que fue en el vigésimo octavo de su reinado.

Cuando Isis recibió las noticias se afligió y se cortó una mecha de pelo y se vistió de luto. Consciente de que los muertos no pueden reposar hasta que sus cuerpos no hayan sido enterrados con los ritos funerarios, emprendió la búsqueda del cuerpo de su marido. Durante largo tiempo su búsqueda fue inútil, a pesar de que le preguntara a todo hombre y mujer si habían visto el cofre ricamente adornado. Con el tiempo, se le ocurrió preguntar a unos niños que jugaban en las orillas del Nilo, y éstos pudieron decirle que Set y sus cómplices habí­an traí­do el cofre hasta la desembocadura del Nilo. A partir de ese momento, los egipcios consideraron que los niños eran poseedores de alguna facultad especial de adivinación.

Poco a poco, mediante los poderes demoníacos, la reina obtuvo información más exacta, que le informaban de que el cofre habí­a sido abandonado en Byblos, y las olas lo habían arrojado en un arbusto tamarisco, que milagrosamente se habí­a convertido en un árbol magnifico, y habí­a encerrado el cofre de Osiris en su tronco. El rey de ese país, Melcarthus, se maravilló por la altura y la belleza del árbol, y lo hizo talar, utilizando su tronco como pilar para sujetar el techo de su palacio. Por tanto, el cofre que contenía el cuerpo de Osiris estaba oculto dentro de esta columna. Isis acudió apresuradamente a Byblos, donde se sentó al lado de una fuente. No dirigió la palabra a ninguna persona que cruzara en su camino, a excepción de las doncellas de la reina, y a éstas se dirigió con gracia, trenzando su pelo y perfumándolas con su aliento, más fragrante que el aroma de las flores. Cuando las doncellas regresaron al palacio la reina les preguntó a qué se debí­a que su pelo y sus ropas estuvieran tan deliciosamente perfumadas, y éstas le contaron el encuentro con la bella forastera. La reina Astarte, o Athenais, hizo que la trajeran al palacio, la acogió con los brazos abiertos y la designó enfermera de uno de los jóvenes príncipes.

Isis aumentó al niño dándole su dedo para chupar. Todas las noches, cuando todo el mundo se había acostado, ponía grandes troncos en el fuego y echaba al niño entre ellos, y luego, convirtiéndose en una golondrina, emití­a unos tristes lamentos por su marido muerto. Las doncellas de la reina informaron a su señora de los rumores de estas extrañas prácticas, y ésta se propuso descubrir si habí­a alguna verdad en ellos. Entonces se escondió en la gran sala, y cuando llegó la noche, efectivamente, Isis cerró las puertas y amontonó troncos en el fuego, echando al niño entre la madera ardiente. La reina se avalanzó con un grito y rescató al niño de las llamas. La diosa la reprobó, declarando que mediante su acción habí­a privado al niño de la inmortalidad. Luego Isis reveló su identidad a la horrorizada Athenais y le contó su historia, pidiéndole que le diera el pilar que sujetaba el techo. Cuando le fue otorgada su petición, abrió el árbol, sacó el cofre que contení­a el cuerpo de Osiris y se lamentó con tanta fuerza que uno de los jóvenes príncipes murió de terror. Luego se llevó el cofre a Egipto por mar. Durante mucho tiempo, el árbol que contení­a el cuerpo del dios se preservó y veneró en Byblos.

Cuando llegó a Egipto, Isis abrió el cofre y lloró triste y amargamente sobre los restos de su esposo real. Pero ahora se acordó de su hijo, Horus el Niño, a quien habí­a dejado en Buto, y, ocultando el cofre en un lugar secreto, emprendió la búsqueda de su hijo. Mientras tanto, Set, que cazaba a la luz de la Luna, descubrió el cofre ricamente adornado y en su ira desgarró el cadáver en catorce trozos, que esparció por todo el paí­s.
Cuando descubrió este último ultraje sobre el cuerpo del dios, Isis tomó un barco hecho con juncos de papiro y emprendió nuevamente la búsqueda de los restos de su esposo. Después de esto, los cocodrilos no quisieron acercarse a un barco de papiro, probablemente porque pensaban que llevaba a bordo a la diosa, que no habí­a abandonado su búsqueda. Cuando Isis encontraba una parte del cadáver, ésta la enterraba y construí­a un sepulcro para demarcar su posición. Ésta es la razón de que haya tantas tumbas de Osiris en Egipto.

Para esta época, Horus ya era un adulto y Osiris, regresando de Duat (el más allá), donde gobernaba como rey de los muertos, le animó a vengar las injusticias impuestas a sus padres. Inmediatamente después, Horus luchó con Set, intercambiándose victorias entre uno y otro. En una ocasión, Set cayó cautivo de su enemigo y quedó bajo la custodia de Isis, pero, para gran sorpresa e indignación de su hijo, ésta le dejó libre. Horus estaba tan iracundo que arrancó la corona de la cabeza de su madre. Sin embargo, Thoth le dio un casco con forma de cabeza de vaca. Otra versión relata que Horus decapitó a su madre y que Thoth, hacedor de magias, volvió a pegarle la cabeza en forma de la de una vaca. Se dice que Horus y Set siguen luchando, aunque ninguno de los dos consigue salir victorioso. Cuando Horus venza a su enemigo, Osiris regresará a la tierra y volverá a gobernar Egipto.

Egipto, de Lewis Spence, Colección Mitos y Leyendas.

Portaros bien.

4 comentarios:

The unknown man dijo...

Esto demuestra mi teoria, el elenco de deidades egipcias era digno de protagonizar Falcon Crest (en aquella época se llamaria "Los viñedos de Gizeh"). Joder, menudo puterio.

Es una situación realmente sangrante, es que me jode, los dioses haciendo el flautas, el conas, y todo eso y mientras tanto los mortales a portase bien por que los muy cabesehuevo dicen una parida detras de otra...

Tuxina dijo...

Pues no has leído nada, que esta es una historia suave...
Y he puesto de los egipcios, que si llego a poner de los griegos... ¡Eso sí es un puticub!

Anónimo dijo...

La verdad es que la historia esta bien, aunque prefiero la mitología griega. Básicamente por que como bien dice Tuxina el en vez de tener una Residencia de Dioses tenían un prostibulo.

La verdad sea dicha, yo tuve la suerte de conocer la mitología griega a través de un profesor de latín que era un cachondo mental, con lo que unido a su acento andaluz las historias ganaban mucho. Eso sí, el arbol genealógico de las deidades griegas es casi indescifrable.

Saludos, Seve

Tuxina dijo...

La mitología griega es complicada ya solo por las versiones que hay de la misma historia.
A lo mejor un fulano tiene cinco padres distintos según quién te cuente la historia.
Aún así es muy entretenida de leer.